Por doquier soplan los
vientos celestiales, todo lo rodean y cubren el mar y el cielo absolutos, el
espacio infinito y el silencio supremo. El habitante de estas tierras vive
alerta a algo que él mismo ignora, sabiendo sin saber que está en la antecámara
de algo aún más vasto y que él no acierta a concebir.
Catherine Routledge
Otro día madrugamos porque nos recomendaron ver el amanecer
en Tongariki. Circular en noche cerrada por las rutas de la isla fue toda una
experiencia en sí misma, a pesar de repetir un recorrido ya transitado, porque
hay animales sueltos por toda la isla: ganado vacuno y lanar, caballos… me
previnieron cuando retiré la camioneta, recuerdo haber preguntado por qué no
los capturaban y recuerdo la respuesta: "es una isla, ¿a dónde van a ir?" Sin
palabras.
Volviendo al madrugón, llegamos a destino todavía de noche,
con la luna llena sobre el oeste, casi posada sobre el volcán Rano Raraku, la
antigua cantera. El contorno sombrío de la montaña tenía un aspecto
fantasmagórico, la quietud y el silencio del lugar completaban la escena.
Luna y volcán
Volviendo nuestra mirada hacia el este, al cabo de un rato
empezó a clarear detrás del volcán Poike, indicando el punto por donde habría
de asomarse el astro rey.
Amanecer en Tongariki
El cielo nuboso amenazaba con estropear el momento, pero por
suerte para cuando despuntaron los primeros rayos las nubes se disiparon un
poco y permitieron disfrutar el amanecer. Valió la pena el madrugón.
Amanecer en Tongariki
Enganchado con el amanecer en Tongariki, a continuación
hicimos playa en Ovahe, un rinconcito con arena al pie de un hermoso acantilado
que mira al este, y que por la altura de la pared de piedra sólo permite tomar
sol de mañana.
Playa de Ovahe
El acceso es un poco incómodo, hay que dejar el auto y
caminar un rato entre piedras, pero la playita resulta casi íntima, estuvimos
completamente solos un par de horas, mateando mientras ascendía el sol y
avanzaba la mañana.
La playa y el
acantilado
Ese día volvimos a Tahai, para volver a contemplar el único
moai completamente restaurado de la isla. Durante la época de los conflictos
entre tribus, todos los moais fueron derribados y a todos se les arrancaron los
ojos. Recién cuando pudo rescatarse una parte de un ojo de entre las ruinas,
pudo conocerse cómo los elaboraban, y con ese conocimiento se decidió restaurar
una figura completa. El resultado me pareció sencillamente hermoso.
El moai restaurado
del Ahu Tahai
Esa noche asistimos a un espectáculo basado en las antiguas
tradiciones y danzas típicas de la isla, en un pequeño teatro en el centro de
la ciudad llamado Kari Kari. El elenco es totalmente local, y la representación
está basada en la tradición oral y los dibujos y petroglifos existentes. Para
entrar en clima, al espectador se le ofrece una caracterización, que consiste
en un maquillaje a la usanza de los tatuajes y ornamentos típicos. No pude
resistirme a la oferta.
Cena en Kari Kari
Las danzas son muy intensas y vistosas, se permite grabar todo
lo que uno quiera porque para ellos cada turista es una posibilidad de dar a
conocer al mundo sus costumbres y agradecen que uno difunda su arte. Dejo unos
videos en HD con fragmentos del espectáculo, filmados desde mi privilegiadísima
primera fila, para el que quiera descargarlos. Cada video dura unos 30
segundos, son acotados porque en estos casos ponerse a filmar implica dejar de
disfrutar del espectáculo.
Video 1
Video 2
Video 3
Video 4
Otro detalle sorprendente fue acercarse al puerto de Hanga
Roa a contemplar las enormes tortugas marinas que llegan hasta la costa en
busca de comida. Nunca había visto tan de cerca tortugas de este tamaño,
nadando tranquilamente en las cristalinas aguas de la bahía, a un par de metros
de donde estábamos parados.
Tortugas marinas en
Hanga Roa
Museo Antropológico Sebastián Englert
Nos recomendaron el museo y fue una excelente recomendación,
porque resultó muy completo e interesante. De todo lo visto y aprehendido durante
la visita, voy a compartir unos pocos datos esenciales.
No está sola, está
lejos
Rapa Nui, conocida como Isla de Pascua, pertenece a la
Polinesia, un área geográfica definida por un triángulo imaginario cuyos
vértices son Nueva Zelanda, Hawaii y la misma Rapa Nui. Todas las islas que la
componen se caracterizan por tener una tradición cultural común, cuyas raíces
se remontan unos 2.000 años AC y que en Rapa Nui concluye con la llegada de los
misioneros católicos en 1864.
Tradicionalmente, Oceanía ha sido separada en tres zonas
principales: Melanesia (nombrada así por la piel oscura de la mayoría de sus
habitantes), Micronesia (porque las islas que la forman son muy pequeñas) y
Polinesia (que significa, literalmente, muchas islas). Sin embargo, como
Oceanía fue poblada en distintas épocas por grupos humanos que tenían culturas
y lenguajes diferentes, los científicos prefieren dividirla en sólo dos áreas:
Oceanía Cercana, que corresponde a Australia, Nueva
Guinea y las islas adyacentes a ella, hasta el archipiélago de las Islas
Solomon. Esta área fue colonizada durante la última edad de hielo, unos 40.000
años atrás.
Oceanía Remota, que comprende el resto de las
islas, es decir, Micronesia, la parte este de Melanesia y toda la Polinesia.
Esta zona comenzó a colonizarse alrededor del 1.500 AC y terminó de poblarse
tardíamente, circa 1.000 DC.
Durante el siglo V AC, los primeros Polinesios echaron al mar
sus grandes canoas, partiendo de Tonga, Samoa y otras islas adyacentes con
dirección Este para alcanzar y poblar el corazón de la actual Polinesia. Unos
700 años después, una segunda oleada se dispersó más hacia el Este pero también
hacia el Norte y el Sudoeste para colonizar los extremos del triángulo
polinesio. Se estima que esta aventura se completó allá por el S XII.
Ojo de moai sobre un
fragmento de cara
La conjuntiva del ojo está hecha de coral blanco, mientras
que el iris es un disco tallado en escoria roja. Esta reliquia fue descubierta
en la playa de Anakena en 1978, durante la restauración del sitio ceremonial.
El hallazgo permitió confirmar que los moais efectivamente tenían ojos, y que
la colocación de los mismos en el rostro de piedra debió haber sido el momento
más sagrado del ancestral culto, con la estatua ya ubicada en su sitial.
El dios Make-Make
Religión: su principal deidad, Make-make, considerado el
creador de la humanidad, está representado en numerosos petroglifos
distribuidos por toda la isla. Su presencia es exclusiva de la Isla de Pascua,
pero responde a un patrón común presente en casi toda la Polinesia, lo cual
pone en evidencia la raíz común de toda la región. Por citar algún ejemplo, dentro
del culto a los antepasados, pueden mencionarse los marae de la Polinesia Central como precursores y antecedentes
directos de los moai erigidos en Rapa Nui.
Petroglifos de Hawaii
Estos petroglifos fueron encontrados en Hawaii. Su semejanza
con los Tangata Manu de Isla de Pascua confirma la noción de que los habitantes
de Rapa Nui comparten sus raíces con otras sociedades oceánicas. En este tipo
de pruebas se basa la unicidad cultural y étnica de la Polinesia.
Petroglifo de Isla de
Pascua
Este petroglifo representa una paika (foca), mamífero pinnípedo que habita las aguas del Océano
Pacífico y probablemente esté asociado a una deidad local: el dios Tangaroa.
En otro orden de cosas, el idioma rapanui, de raíces
polinesias, tiene cinco vocales y solo diez consonantes y en su fonología se
parece mucho al maorí neozelandés. Como curiosidad, el término usado para
indicar lo prohibido en Rapanui es tapu,
origen de la palabra española “tabú”. Por último, destacar que el nombre de la
isla es “Rapa Nui”, mientras que el gentilicio se escribe “rapanui”.
Esa misma tarde volvimos a Orongo a completar la visita,
ahora se veían nítidamente los tres motu
(islotes): Kao Kao (literalmente “angosto”), Iti (“pequeño”) y Nui (“grande”).
Los tres motu
La ceremonia del Hombre-pájaro viene a restaurar el orden
luego de la anarquía y las guerras tribales que determinan, con el
derribamiento de los moais, el final del megalitismo. Entonces se instaura una
nueva religiosidad, en forma de competencia, para que los dioses vuelvan a
mirar con buenos ojos a Rapa Nui.
Cada septiembre, al inicio de la primavera, se esperaba la
llegada de los gaviotines apizarrados (manutara,
en Rapa Nui) que venían a hacer sus nidos en estos motus cercanos a Orongo.
Entonces, los jefes de cada tribu se trasladaban a Orongo para instalarse en la
aldea. Cada jefe ya tenía elegido un hopu
manu que competiría por su tribu. Los hopu
manu eran jóvenes que probablemente se preparaban durante todo el año para
participar en esta especie de triatlón que se cobraba muchas vidas.
A una señal dada, los contendientes debían bajar por los
acantilados hasta el mar y nadar 2 Km hasta Motu Nui sobre una pora, una precaria tabla de juncos. Se
escondían en las cuevas del islote a la espera del primer gaviotín que pusiera
un huevo, y aquel que lograra sustraer el huevo del nido era el ganador.
Entonces, mediante señas le indicaba a su jefe, que esperaba en Orongo, que se
afeitara la cabeza y las cejas a modo de preparación para su entronización como
nuevo Hombre Pájaro. Hay que considerar que todo el desarrollo de la
competencia podía llevar varios días, y que no se suspendía por mal tiempo. El
esfuerzo de los hopu manu era
considerable y les exigía una impecable preparación física.
Recreación de los hopu
manu compitiendo
Por último, el ganador debía colocar el huevo en una especie
de vincha ajustada a su cabeza para volver nadando a Rano Kau sin dañarlo.
Entretanto, el jefe bajaba en procesión de Orongo a Mataveri, donde actualmente
se encuentra el aeropuerto, para ser entronizado. El estatus del Hombre Pájaro
se asimilaría al de un rey que mandaba por sobre todas las tribus, pero
esencialmente le permitía un mayor acceso y control sobre los escasos recursos
que tenía la isla en esos últimos tiempos, en beneficio de su tribu.
La ceremonia del Hombre Pájaro se siguió desarrollando por un
siglo y medio más, hasta que en 1867 los misioneros católicos la prohibieron
porque estaba basada en un huevo (como si no fuese una buena metáfora de la
nueva vida…) y porque rendía culto al dios creador Make-Make. Creo que a los
misioneros les faltó muñeca para elaborar un sincretismo católico-nativo, al
estilo de las misiones en América (cómo olvidar los angelitos arcabuceros de la
iglesia de Uquía, en el NOA argentino, por citar un ejemplo).
Un párrafo para la cabaña en la que nos alojamos, en el
complejo Te Pito Kura, cuyo anfitrión, nativo de la isla, era todo un
personaje. Igualmente la atención fue esmerada y a nuestra entera conformidad.
Nuestra cabaña
La cabaña era sencilla, como casi todo en la isla, pero
estaba en un entorno agradable y bien cuidado. El acceso era de tierra, lo que
por sí solo justificó, con un día de lluvia, el alquiler de una 4x4.
Mucho verde
En la isla hay alojamientos de alto nivel, fuera de nuestro
presupuesto, pero éste satisfizo nuestras expectativas.
Para la última noche fuimos a cenar a un buen restorán en la
costa, y pedí la recomendación del chef: pulpo. Delicioso y original, desde la
presentación hasta la combinación del puré especiado y la salsa con toques
locales. Un manjar.
Con un tentáculo basta
Quedaba hacer las valijas, después de pasar una semana de
asombro en asombro, en un lugar remoto y casi olvidado del mundo. Una experiencia
singular.
Volamos a Santiago, esta vez en clase
turista (a otros les tocó disfrutar de la promo en Premium Business), para
hacer noche y tomar el vuelo que nos traía de vuelta a casita, con un nuevo
cruce de la Cordillera.
Volando bajo
el techo de nubes
Quedaba un último espectáculo, una yapa.
Nieves
eternas
En el viaje de vuelta me senté a la ventanilla, resulta que
mucho antes había cruzado desde Mendoza en auto pero nunca en avión, es
impactante verlo desde el aire, algún sobrino podrá dar fe de lo que digo…
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