En medio del gran océano, en una región por la que no pasa nadie, existe una isla misteriosa y solitaria. No hay tierra en las proximidades, y a ochocientas leguas en todas direcciones sólo el vacío y la inmensidad en movimiento la circundan. Está sembrada de gigantescas estatuas, legado de una raza ya desaparecida cuyo pasado continúa siendo un enigma.
Pierre Loti – 1872
Este fue un viaje en donde se entrecruzaron el turismo, la historia y la curiosidad por explorar los misterios de una remota cultura: Rapa Nui. Una sociedad de origen polinesio se asentó en la Isla de Pascua hacia el siglo X para crear, sin evidencia alguna de influencias externas, impresionantes formas arquitectónicas y esculturales, que trasuntan imaginación y evidencian una llamativa originalidad.
Durante los seis siglos que duró esta cultura, los habitantes de la isla construyeron decenas de ahu, plataformas usadas como santuarios distribuidas por toda la isla, para erigir sobre ellos casi un millar de moai, enormes torsos de material volcánico tallados con rudimentarias herramientas. Esta civilización singular ejerció una irresistible fascinación sobre mí, como un discurso universal sobre la capacidad de adaptación del ser humano en medio de condiciones adversas, para su supervivencia.
Atardecer en Tahai
En cuanto al contexto geográfico, estamos hablando del mar más grande del mundo: el Océano Pacifico, y tratándose de la masa de agua más extensa y voluminosa que tenemos los terrícolas, qué mejor que apreciarla "desde adentro", desde algún punto perdido en su inmensidad. Isla de Pascua resultó ser no solo la posibilidad, como sucede con toda isla, de estar rodeado de agua, sino también la certeza de que en casi 4.000 Km a la redonda no había más que agua, un horizonte marítimo verdaderamente extenso.
La ocasión de conocer la isla se dio -cuando no- a causa de una promoción, en este caso de Latam. Pero considerando que se trata de territorio chileno y solo se accede en avión desde Santiago con un vuelo diario, quedaba por resolver la manera de alcanzar la capital de nuestros vecinos allende la cordillera; concluimos que en esta ocasión no tenía sentido llegar manejando porque ello implicaba necesariamente dejar el auto en algún lugar durante la estadía en la isla, era mejor recurrir también al avión para ese primer tramo y aprovechar el tiempo para darse una vueltita por Santiago, que hacía mucho que no la visitaba.
La Catedral Metropolitana de Santiago de Chile
Ya en Santiago, apenas una recorrida para ponerse al día, hacía más de 25 años que había estado en la capital vecina.
Palacio de La Moneda
Silvia había estado hacía poco y me llevó a comer al Mercado Central. Los mejores pescados y mariscos se sirven en Donde Augusto.
Mercado Central de Santiago
En ese entonces, Latam estaba promocionando su nueva clase Premium Business (al menos en los vuelos a Pascua) y lo hicieron de una original manera: sorteando los asientos libres de esta nueva clase entre los pasajeros de la clase turista. Salimos favorecidos y pudimos gozar de este inesperado privilegio, que se disfrutó a pleno en el viaje de ida.
Asiento sofisticados y la mejor atención
Después de unas cuatro horas de viaje a todo confort, aterrizamos en el Aeropuerto Mataveri.
¡Bienvenidos!
La pista de aterrizaje atraviesa el extremo sur de la isla, casi de costa a costa, separando al volcán Rano Kau del resto de su superficie.
Todo muy exótico
Apenas bajamos tuvimos que abonar el acceso al Parque Nacional, u$s 80 per cápita, una ganga… No tendría sentido visitar la isla sin acceder al Parque, porque el mismo cubre todas las áreas de interés y por eso la ventanilla para el pago está en el mismo aeropuerto.
La costa frente a la capital Hanga Roa
Como en la isla no hay transporte público, alquilamos un vehículo por toda la estadía. En esta ocasión nos ofrecieron un Suzuki Jimny, un pequeño 4x4 que resultó práctico para los caminos de la isla y fue suficiente para 2 personas.
Bahía Hanga Piko
El origen volcánico de la isla se pone de manifiesto en las negras piedras de la costa.
Vista desde Hanga Piko
La ciudad capital parece una gran aldea, casi sin edificios y extendida a lo largo de la línea de costa y un poco hacia el este, tierra adentro sorteando la accidentada geografía.
Para aprovechar bien la estadía fuimos organizando la actividad de cada día, combinando playa, paisajes y los distintos sitios de interés histórico. Empezamos por Anakena, una playa en la costa norte.
Acceso a la playa de Anakena
Teníamos buenas referencias de esta playa y no nos defraudó, es más, la considero de las mejores playas que he conocido.
Se divisa parte de la bahía
Se trata de una pequeña bahía que mira al poniente, lo que permite aprovechar todo el sol de la tarde. Poca gente, algunas instalaciones mínimas, y toda la sensación de haber llegado a un pequeño paraíso.
Agua tibia, mar tranquilo en la orilla, poco declive hasta la rompiente, para los intrépidos había una segunda rompiente unos cuantos metros dentro de la bahía. Volvimos recurrentemente a este rinconcito a lo largo de los días.
Ahu Anakena
La tribu que ocupaba esta playa era una de las más importantes, puede verse en la extensión de su ahu y la cantidad de moais que tenía. Contrariamente a la creencia generalizada, los moai no miraban al mar sino al asentamiento de la tribu, porque son representaciones de sus ancestros que les brindaban protección y los conectaban con sus dioses.
Ahu Anakena, atrás la bahía
Nuestra cabaña estaba un poco alejada del centro de la ciudad, se llegaba a ella por un camino que bordeaba la costa hacia el norte. A la altura de la cabaña, el ahu Hanga Kio’e y su único moai brindaba su protección a los moradores de la zona desde un descampado a orillas del mar.
Ahu Hanga Kio'e y su moai
Al salir al camino en dirección al centro era inevitable contemplarlo en su inmutable soledad. Si uno volvía de noche, el moai era una referencia segura para no errarle al camino de entrada al complejo de cabañas.
Akahanga
El sitio arqueológico de Akahanga es una muestra de los conflictos tribales que pusieron en crisis a la población de la isla, cuando algunas tribus se rebelaron contra la tradición de esculpir moais y empezaron a derribarlos.
Ahu Akahanga con los moais derribados
Como el espíritu del ancestro representado por el moai residía en los ojos, hechos de coral blanco, los rebeldes arrancaban los ojos de las estatuas destruyendo su “mana”, el espíritu que los conectaba con su tribu. Para finalizar, los tumbaban boca abajo, como reafirmando la ceguera y la pérdida de esa conexión.
Ahu Akahanga
Seguimos…
Qué isla singular y distinta a todas! Veo que ya desde la llegada -luego del confortable viaje- al aeropuerto se inicia el contacto con lo exótico.
ResponderEliminarQué maravilla la foto del "atardecer en Tahai"!
Realmente "soñada" la playa de Anakena. No poder estar ahora allí tomando unos mates, escapando de las pálidas reinantes en el Río de la Plata!
Impactantes los "moáis" que tiene esta playa, para completar su gran atractivo! Y al solitario, del Ahu Hanga Kio'e, observándolo de cerca en la foto, le veo una cara muy expresiva...
Impresionante la visión de las esculturas derribadas del sitio arqueológico, mudos testimonios de los conflictos entre las distintas tribus. Qué bien hicieron en dejar todo así, tal cual ocurrió hace tanto tiempo!
Todo fascinante!!!
Enrique