Llegamos a Lanzarote en 1994 por una interesante promoción de Iberia, que proponía a los que volaban ida y vuelta a Madrid “abrir” el vuelo haciendo un triángulo con las Islas Canarias, dejando el pasaje abierto por, si mal no recuerdo, 30 días. Nosotros elegimos permanecer una semana en Lanzarote y luego seguir viaje a Madrid, pero esa es otra historia.
La isla de Lanzarote es la más boreal de las siete Canarias, está signada por la actividad volcánica, se encuentra bastante cerca de la costa africana pero el calima (el viento del desierto que parece una bruma por las finas partículas de arena que arrastra) apenas la azota. Distinto es el caso de la vecina Fuerteventura, otra de las Canarias, más cercana a la costa que Lanzarote al punto que el calima la llena de arena y la hace parecer una extensión del Sahara en medio del océano.
Nos alojamos en un hotel cinco estrellas de la cadena Oasis (cosas del 1 a 1) con media pensión. Los desayunos eran increíbles y siempre nos llevábamos alguna vianda para el mediodía. Habíamos alquilado auto para toda la estadía y fuimos recorriendo la isla, todos los días nos armábamos un recorrido distinto, la isla tenía muchos atractivos y había para elegir.
Playita frente al hotel
Con el auto en el puerto de Costa Teguise
El resto de ese primer día lo pasamos recorriendo los alrededores y planificando un poco. La isla se veía muy bien mantenida y todo estaba pensado en función el turista, desde la atención hasta las excelentes rutas con impecable cartelería. Comparado con nuestra infraestructura turística de aquellos tiempos, esto era otro mundo.
Vista de la ciudad de Arrecifes en el crepúsculo
Al día siguiente empezamos a recorrer la isla. Lo más llamativo eran los caminos pedestres porque eran negros, de lava volcánica molida, a veces gruesa tipo pedregullo (como la leca colorada en los caminos de los bosques de Palermo) y a veces fina casi como arena. Notablemente, esta “tierra negra” dejaba crecer alguna vegetación, a veces espontánea y a veces impecablemente parquizada.
La costa
Cruzábamos campos y urbanizaciones (los típicos pueblos blancos) en donde reinaba una calma provinciana, casi no se necesitaban mapas y cualquier pregunta siempre era respondida con amabilidad y la mejor disposición por parte de los lugareños.
Y de fondo, el mar
En cierto momento, alejándonos de la costa e internándonos en la isla, más allá de las urbanizaciones y de los campos sembrados, la inconfundible silueta de un volcán dejó espacio para la especulación, porque el Parque Nacional Timanfaya abarcaba una gran parte de la isla y teníamos pensado visitarlo al día siguiente.
Divisamos un volcán
Otra cosa absolutamente novedosa para aquella época (año 1994) era el uso de generadores eólicos para proveer de electricidad “limpia” a la isla, toda una novedad en ese momento porque se trataba de una tecnología de vanguardia.
Entrada al Parque Eólico de Lanzarote
Vista de un grupo de torres con generadores eólicos
Ese día también nos acercamos al Risco de Famara, un imponente muro de piedra que supera los 600 metros y que cae a pique sobre el mar. El risco tiene a sus pies una extensa playa en la que en aquellos tiempos se practicaba nudismo. Las cosas parecen haber cambiado en todo este tiempo, porque en la actualidad la playa de Famara es conocida por la práctica de surf y kitesurf.
Risco de Famara
Bajando a la playa de Famara
Todo lucía casi perfecto, daba gusto recorrer.
Una urbanización impecable
El día 15 de enero nos acercamos al Parque Nacional Timanfaya, un campo de volcanes y lava producto de la actividad volcánica que cubrió una cuarta parte de la isla en el silgo XVIII sepultando varios pueblos y alterando definitivamente su paisaje. Un último episodio en 1824 creó tres nuevos volcanes y no ha habido nuevas erupciones desde entonces. Como pudimos enterarnos después, una estación sismográfica en el propio parque monitorea de manera permanente la situación de la isla.
Entrada al Parque Nacional Timanfaya
En medio de los negros campos de lava emergen los conos volcánicos y en uno de ellos, conocido como “Islote de Hilario”, se construyeron un conjunto de instalaciones que permiten al turista conocer e interactuar con las llamadas “anomalías térmicas” de la isla, que en esta zona se manifiestan de manera significativa. El nombre “Islote de Hilario” se debe a un ermitaño que vivió sobre esa tierra caliente durante muchos años luego de las erupciones, con la única compañía de un dromedario, animal usado en esa época para la agricultura local.
En el Islote de Hilario la instalación más importante es el restaurante “El Diablo”, que cuenta con una barbacoa natural, la cual aprovecha el calor que emana de un pozo de más de un metro de diámetro y bastante profundidad.
La barbacoa natural
El aire que asciende por la cavidad es tan caliente que no permite asomarse más que por unos pocos segundos. Abajo no hay absolutamente nada, es simplemente un pozo que llega hasta el corazón candente de la montaña.
Casi se derrite la cámara por tomar esta foto
Fuera del restaurante, una excavación de unos tres metros de profundidad presenta unas rajaduras en el fondo que permiten apreciar el magma incandescente. La temperatura en las rajaduras supera los 400°C, suficiente para prender fuego espontáneamente a un arbusto seco. La demostración por parte del guía no se hizo esperar.
El guía arrojó un arbusto seco al pozo e inmediatamente se incendió
Se llegan a apreciar las rajaduras
Otro atractivo de las “anomalías térmicas” son los géiseres artificiales, que aprovechan unos tubos de hierro enterrados que se usaron para sondeos y que tienen unos 8 metros de profundidad. El guía vació un balde de agua en uno de los tubos y al cabo de unos pocos segundos emergió un chorro de vapor en forma de géiser. Por supuesto, repitió la experiencia varias veces usando todos los tubos.
El guía con el balde en la mano
Luego abordamos el micro para recorrer el parque, el paisaje parecía de otro mundo. Entre referencias y anécdotas conocimos las singularidades del lugar. Destacaba el “Manto de la Virgen”, un cráter con forma de horno relativamente pequeño.
El Manto de la Virgen
Ascendiendo por un camino en la ladera de un volcán, pudimos divisar el estacionamiento en la entrada del parque y una caravana de jinetes en sus dromedarios que se internaba por un senderito.
La caravana
El punto más alto del recorrido se alcanza en la cima de las Montañas del Fuego, y desde allí se pueden apreciar en toda su magnitud los impresionantes cráteres del Timanfaya. En la cima de uno de ellos, el restaurante El Diablo nos da una referencia del tamaño de los mismos.
Los cráteres del Timanfaya
Con este paisaje terminaba la visita pero no la jornada, seguimos en la parte 2.
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Qué experiencia alucinante visitar una isla como Lanzarote, signada por la actividad volcánica! Notable la "barbacoa natural"!!! Y las rajaduras con el magma incandescente!!! Interesantísimo, y más aún con las excelentes fotos que reflejan toda esta "movida" volcánica...
ResponderEliminarEl islote de Hilario me trajo recuerdos de Santorini y sus arenas negras.
Como curiosidad te cuento que en 1972 se filmó en Lanzarote una película española llamada "Timanfaya (Amor prohibido)". El tema principal de la banda sonora lo grabó mi "amiga" Rita Pavone. Ja ja!
Me imagino cómo habrán quedado registrados en la memoria tuya y de Silvita los distintos momentos vividos en esta particular isla!!!
Enrique