martes, 19 de julio de 2022

Prolegómenos

Los argentinos tenemos una cordillera hermosa.

Desde los salares del Altiplano hasta la Isla de los Estados, son casi 4.000Km de cadenas montañosas que abarcan prácticamente todos los climas, atravesando el Trópico de Capricornio y llegando hasta las proximidades del Círculo Polar Antártico.  Y no se trata solamente de un muro alto que hace de frontera natural, porque si bien tenemos dentro de nuestro territorio el extremo sur de la Puna y sus macizos, que superan holgadamente los 6.000 msnm, bajando hacia el sur comienza un lento degradé salpicado de abras y pasos de diversa extensión y dificultad.

Si bien la cordillera es un maravilloso destino en sí mismo –con sus nieves eternas y sus ríos caudalosos– además  goza del privilegio de estar enmarcada a lo largo de su recorrido por casi cualquier entorno: lagos y lagunas, bosque de altura, selva valdiviana, llanura, estepa, desierto, salares y salitrales. Y en extensos tramos cuenta con un magnífico balcón natural: la precordillera. Del lado argentino contamos con mucha precordillera, a diferencia de la abrupta caída que presenta el lado chileno, el cual resulta virtualmente acorralado entre los picos y el mar.

La precordillera argentina está formada por cordones montañosos segmentados y orientados en su mayoría en la misma dirección norte-sur que Los Andes. Estos cordones, que van perdiendo altura a medida que nos desplazamos hacia el este alejándonos del eje cordillerano, delimitan valles y quebradas surcados por los vitales cursos de agua que permitieron el establecimiento de diversas culturas desde tiempos precolombinos. Como dice la canción: “desde lejos no se ve”, pero toda la precordillera está habitada, porque donde hay agua hay vida, ya sea en forma de vestigios de las antiguas culturas o como urbanizaciones propias de la colonización.

Por otra parte, entiendo que fue el mestizaje propio del proceso de colonización el que dio forma a nuestra identidad, donde se destaca la figura del criollo. Pero “criollo” es una denominación muy genérica, resulta que no es lo mismo ser criollo en la provincia de Buenos Aires que en Salta o en Santa Cruz; y más allá de las divisiones políticas que –muchas veces arbitrariamente- marcan los límites provinciales, es la orografía, son el relieve y los accidentes naturales los que definen ámbitos distintos en los que las necesidades y los recursos locales determinan el carácter de cada cultura. Y eso se nota al recorrer el país: es el entorno el que moldea a la civilización y determina qué se puede hacer y qué no.

Estas y otras ideas me llevan a planificar mis viajes –en la medida de lo posible- bajo algún eje temático, tratando de buscar denominadores comunes en vez de una mera colección de sitios visitados de manera consecutiva.

En esta ocasión, la idea primigenia fue conocer la Reserva Astronómica El Leoncito y su vecina Pampa del Leoncito, el primero un lugar privilegiado que cuenta con dos observatorios de prestigio internacional (la Estación Astronómica Carlos Ulrico Cesco y el Complejo Astronómico El Leoncito o CASLEO), y el segundo una singular llanura de sedimento seco azotada por vientos que permiten la práctica de carrovelismo en ciertas épocas del año. Los cielos de El Leoncito están considerados entre los más limpios y despejados del mundo, con un promedio de más de 300 días aprovechables al año, lo que convierte a este sitio en un paraíso para los astrónomos. A esta idea se sumó posteriormente el deseo de volver al Valle de la Luna, en el Parque Provincial Ischigualasto, para realizar la caminata nocturna alumbrado tan solo por la luz de la luna llena. También en el primer caso la propuesta consistía en una visita nocturna a alguno de los observatorios, pero en la situación opuesta al Valle de la Luna, o sea sin luna (luna nueva o a lo sumo en un cuarto) porque el brillo de nuestro satélite natural produce encandilamiento y dificulta la observación de los demás astros; digamos que cuanto más oscuro, mejor.

Podríamos decir entonces que este viaje estuvo regido por el ciclo lunar, absolutamente condicionado por nuestro satélite natural. Ciclo que, como bien sabemos, dura 28 días, lo que nos deja una separación de 14 días entre las dos situaciones óptimas (luna llena y luna nueva) para nuestras visitas. Por otra parte, Ischigualasto limita las caminatas nocturnas a los cuatro días que dura la luna llena en el mes lunar, a diferencia de los observatorios que tienen un esquema de visitas más flexible. Por razones de disponibilidad acotamos la duración del viaje a ocho días, calculando que si Valle de la Luna quedaba en un extremo, ya sea al principio o al final, ubicando la visita al observatorio en el extremo opuesto iba a caer en un cuarto, ya sea menguante o creciente, con oscuridad suficiente como para poder apreciar el cielo y aprovechar la experiencia.

Un poco de planificación

1 comentario:

  1. Finalmente puedo abordar este nuevo y fascinante recorrido! Felicitaciones, querido Luis, por los interesantes y detallados prolegómenos!
    Enrique

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