La laguna de Epecuén presenta en sus aguas una altísima concentración salina, superior a los 200 gramos por litro. Si tenemos en cuenta que la concentración marina típica es de unos 30 a 50 gramos de sal por litro, vemos que la laguna supera en varias veces ese valor, por lo que se la define como hiperhalina, lo cual la convierte en un flotario natural. Estas elevadas concentraciones sólo pueden equiparase a las del Mar Muerto, en Oriente Medio. La densidad es tan alta que verdaderamente se flota como un corchito, y en un principio cuesta acostumbrarse a esta sensación hasta que uno le toma la mano a permanecer erguido (puedo dar fe de ello). Pero no se trata solamente de la concentración salina, porque la composición de estas sales les confiere a las aguas de la laguna excelentes propiedades para el tratamiento de las enfermedades propias de los huesos y las articulaciones: artritis, artrosis, reuma, etc. También el barro de las orillas goza de estas características, y se envasa y comercializa en toda la zona, inclusive en Carhué.
Laguna de Epecuén
Alta salinidad
Entre la numerosas especies de aves que habitan la laguna, sobresale por belleza y número el flamenco austral, que se alimenta de un particular tipo de fitoplancton presente en estas aguas de elevada salinidad. La laguna representa un importante reservorio de esta especie en la provincia de Buenos Aires.
Flamencos australes
Flamencos australes
A orillas de la laguna, a principios del siglo XX se lotearon numerosos terrenos en los cuales se desarrollaron diversos emprendimientos, relacionados todos en mayor o menor medida con el turismo termal. Podemos mencionar, por caso, el Castillo de la Princesa, lujosa propiedad de una acaudalada mujer de origen francés casada con un príncipe ruso. Esta mujer, con cierta visión de futuro, mandó construir en la década del ‘20 un lujoso castillo de estilo normando a orillas del lago. Poco pudo disfrutar de su suntuosa propiedad, ya que falleció en 1929 presuntamente de tuberculosis. El castillo cambió sucesivamente de dueños, y la falta de un adecuado mantenimiento lo fue deteriorando hasta que la inundación de 1985 lo terminó de destruir, siendo cubierto casi por completo por el agua. Pueden verse en internet algunas fotos de la majestuosa construcción y su parque, con lagos artificiales y una réplica de la Gruta de Lourdes. Hoy nada queda de todo aquello. Como tantas otras cosas, se lo llevó la inundación.
Maqueta del Castillo de la Princesa (foto tomada en el Museo)
Centro de Interpretación
El Centro de Interpretación y Museo de la ex-villa turística de Epecuén, funciona en la antigua Estación Lago Epecuén, perteneciente al Ferrocarril Sarmiento (ex F.C. Oeste).
La vieja estación (foto tomada en el Museo)
Puedo decir que este Centro de Interpretación cumple su cometido, al articular el catastrófico momento de la inundación con sus antecedentes y la realidad del entorno, evidenciando la falta de un control centralizado de todo el sistema de “lagunas encadenadas”, que hubiese permitido tener una visión global de la situación y prdecir sus posibles consecuencias.
Hurgando en los antecedentes, encontramos que entre los años 1956 y 1966 se realizaron diversas obras hidráulicas en la zona, entre las que destacan la construcción de los canales Alsina-Cochicó y Cochicó-Del Monte, que vincularon definitivamente estas lagunas, y la canalización del arroyo Sauce Corto, dando forma en su conjunto a las denominadas “encadenadas del Oeste”: las lagunas Alsina, Cochicó, Del Monte, Del Venado y Epecuén. En la siguiente década, el sistema se complementó con la construcción del Canal Ameghino.
Obras hidráulicas (foto tomada en el Museo)
Obras hidráulicas (foto tomada en el Museo)
La falta de una visión integral y cierta desidia de las autoridades locales, propiciaron el desastre ocurrido en 1985 cuando, aguas arriba, las copiosas lluvias llevaron a abrir por completo las sucesivas esclusas para evitar la inundación de los campos adyacentes a las primeras mencionadas, que se encuentran en tierras más altas. Como consecuencia de ello, el desplazamiento de las aguas hizo que la última laguna, Epecuén, viese subir su nivel abruptamente, inundando la villa turística en cuestión de horas.
La villa balnearia en su esplendor (foto tomada en el Museo)
Volviendo del centro de interpretación, decidimos hacer una escapada a la colonia San Miguel Arcángel -fundada por inmigrantes alemanes del Volga a pricipios del S XX-, con la esperanza de engancharnos en el recorrido guiado que sabíamos que se iba a realizar ese día. Nos enteramos del mismo la tarde que llegamos a Carhué, pero no nos pudimos inscribir porque ya se había completado el cupo. Supusimos que en una urbanización tan chica nos íbamos a cruzar con el contingente, pero cuando llegamos nos topamos con otra realidad: parecía un pueblo fantasma. Recorrimos su única avenida para detenernos en su único negocio, y puedo decir que nos atendieron de pura casualidad. Muy amablemente, la persona que estaba detrás del mostrador reconoció no tener idea de la presencia de un contingente de turistas en esos precisos momentos. Proseguimos nuestra marcha en dirección a la única institución reconocible en la avenida: la imponente iglesia, desmesurada en relación al caserío que la circundaba, y que permanecía cerrada y sin señales de actividad, ni siquiera un mísero cartelito con los horarios de misa. En todo ese tiempo, no nos cruzamos con nadie más. El tiempo estaba lluvioso y las calles laterales, de tierra o consolidadas, no invitaban al turismo de exploracíón. Conclusión: nos volvimos por donde llegamos.
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