Ruta del Adobe
La idea original era pasar cuatro días en Fiambalá, por sus famosas termas. Pero resulta que las termas están enclavadas en la sierra, lejos de todo lo demás, incluso de Fiambalá. Además en las instalaciones no hay otra cosa más que hacer que tomar baños termales…
Por ello decidimos cambiar y pasar tres noches en Tinogasta y una sola directamente en las Termas, para disfrutar de sus famosos baños a la luz de la luna. Eso nos dejaba todo el día libre después del check-out en Tinogasta para transitar la Ruta del Adobe, un recorrido que permite conocer diversas construcciones -mayormente religiosas- hechas con el noble material.
La primera de estas construcciones es justamente Casagrande Hostal de Adobe, en donde terminamos alojándonos en Tinogasta, una casona que data de 1897 y pertenecía a la familia Orellia, puesta en valor y convertida en hotel.
Tomando la RN 60 ya en dirección a Fiambalá, la siguiente parada es en El Pozo, para conocer el Oratorio de los Orquera, una capillita que perteneció a dicha familia y que tiene la particularidad de estar hecha de una sola pieza de adobe, a la usanza de los pueblos originarios de la región. Junto al Oratorio hay un museo que reúne diversos elementos de la vida cotidiana del pueblo.
Volvemos a la ruta e inmediatamente a nuestra izquierda encontramos el paraje La Falda, con la solitaria presencia de la Iglesia Nuestra Señora de Andacollo, construida en la primera mitad del siglo XIX y restaurada a principios de este siglo después de un temblor.
Casi sin respiro, al reincorporarnos a la ruta cruzamos el puente sobre el río Abaucán y tomamos a nuestra derecha el desvío a Anillaco Vieja (no confundir con la célebre patria chica de un ex presidente, esa está en La Rioja). El camino nos lleva hasta la Capilla Nuestra Señora del Rosario, construida en 1712 y por ello la más antigua de la provincia. Es de destacar su retablo de adobe macizo, al igual que toda la construcción.
Unos pocos kilómetros más adelante y ya a mitad de camino se divisan las Ruinas de Watungasta, un pueblo diaguita que se emplazó en la desembocadura del río La Troya y que, en base a su dominio de la alfarería y su estratégica ubicación, da testimonio de la presencia humana en la zona desde el año 500 DC al 1600 DC.
Ya llegando a Fiambalá empiezan a verse las típicas dunas que parecen trepar por las laderas de la serranía y que son una amenaza porque avanzan inexorablemente sobre los poblados.
Quedaba por ver la Comandancia de
Armas, construida en 1745 y revocada con adobe resistente a la lluvia: a la
mezcla de agua y tierra se le agregaban hojas de pencas cortadas cuya savia
viscosa otorgaba adhesión e impermeabilidad a los muros.
Por último la Iglesia de San Pedro, ya entrando al pueblo, muestra la imagen del santo patrono que guarda una curiosa historia. Dejo un link para los interesados en conocerla:
Atravesamos el pueblo para encaminarnos a las termas, subiendo por la ladera del macizo.
Las termas consisten en una sucesión de piletas que desaguan unas en otras: las más bajas se usan de día y son las que acumulan los fangos curativos, las más altas son las más calientes, tanto que de día no se pueden usar, pero de noche resultan tibias y agradables.
Suerte que pasamos una sola noche en las Termas de Fiambalá: el alojamiento disponible era sumamente precario, apenas lo mínimo o menos que eso.
ResponderEliminarBuenísima la Ruta del Adobe! Qué hermoso material que nos remite a las raíces de nuestra América. Me recuerda a Santa Fe (New Mexico), donde vivía mi hermano, donde TODO es de adobe...
Me encantó el Oratorio de los Orquera, tan pequeño y tan inmenso en su carga religiosa! Y qué linda la imagen, con ese fondo de árboles y montañas!
Y qué mejor manera -para culminar ese día tan logrado- que relajarse en las Termas de Fiambalá, verdadero prodigio catamarqueño!
Enrique