Tengo que admitir que en esta isla las imágenes no alcanzan, la lente no llega a capturar toda la belleza y espectacularidad del entorno por más panorámica o efecto especial que se pretenda usar.
Voy a tratar de explicarlo: imaginen un acantilado en forma de arco semicircular de unos 10 kilómetros de diámetro, que en su cara interna tiene precipicios que llegan a superar los 350 metros de altura, con paredes de piedra de una fuerte policromía, coronadas en sus crestas por racimos de casitas pintadas de blanco, que parecen a punto de caerse al mar de un azul perfecto. Esa fue la primera impresión desde arriba del ferry que nos traía desde Naxos. Imaginen bajar del ferry en un muelle al pie del acantilado, para abordar un bus que trepó por un camino de cornisa y recorrió unos pocos kilómetros hasta depositarnos en una plaza próxima al hotel, para completar el trayecto a pie por angostas calles estrictamente peatonales. Imaginen también la vista desde la terraza del hotel, todo el mar y las otras islas que completan el contorno de este inmenso volcán sumergido en el Egeo, único en el mundo, del que solamente asoman recortes del borde de la caldera y un islote central.
Cruceros en la caldera
Santorini es la porción más grande de ese borde de la caldera, ella sola abarca casi la mitad de la circunferencia (por eso lo de arco semicircular) y hacia el sur extiende un poco su superficie con planicies más suaves, que forman algunas playas del lado exterior del arco.
La isla fue habitada desde tiempos pretéritos y antiguamente se la conocía como Kallisté, que podría traducirse como “la más hermosa”. Siglos después los griegos la llamaron Théra en honor a un héroe mitológico. Su actual topónimo es de origen italiano, presuntamente debido a los mercaderes venecianos que la habitaron en el medioevo, los cuales la llamaron Santa Irene en honor a la patrona de la isla, Santa Irene de Tesalónica. El nombre se fue deformando hasta el actual Santorini. Su nombre griego, Théra, fue recuperado al pasar a manos de Grecia por el Tratado de Londres de 1840. No obstante, turísticamente se la sigue conociendo como Santorini.
Perspectiva en relieve desde el sur
En rigor, Santorini es un archipiélago, del cual la isla más grande es la que conocemos por ese nombre deformado del italiano “Santa Irene”. El archipiélago se conforma por las islas habitadas Santorini y Thirasia, que junto con la deshabitada Aspronisi, completan el contorno y rodean a los islotes Nea Kameni y Palea Kameni en el centro de la caldera.
La caldera, los cruceros, Nea Komeni
Si bien hay poblados en el interior de la isla y en la costa este (que viene a ser el lado exterior del arco semicircular), las ciudades que están en el filo del acantilado y miran al lago interior y a las otras islas son las que turísticamente importan, por la espectacularidad del paisaje. Sin solución de continuidad, las estrechas callejuelas que parten desde la actual capital Théra, van pasando por Firostéfani, la antigua capital Imerovigli, la tranquila Finikia, para llegar finalmente a Oia (pronúnciese ía, omitiendo la “o”) en el extremo norte de la isla.
-
Si uno quiere visitar las restantes islas del archipiélago la única forma posible es con un crucero, acá no hay alternativas. Contratamos uno de día completo que navegaba el lago interior para poder contemplar los acantilados de Santorini “desde abajo”, desde la superficie del mar; el crucero además tocaba los islotes centrales Nea Kameni y Palea Kameni, y la otra isla habitada, Thirasia. Cuando contraté la excursión, por mera costumbre pregunté qué pasaba en caso de lluvia, cómo nos avisaban si se suspendía, a lo que recibí como respuesta que “no está contemplado que llueva…”. Simplemente todos los días son despejados, en verano no llueve.
-
A la mañana siguiente nos allegamos a Ormos Athinios, el muelle en donde nos había depositado el ferry que nos trajo de Naxos el día de nuestro arribo, para abordar la hermosa nave que realizaba el crucero.
El velero en la amarra
El coqueto velerito zarpó con rumbo norte para navegar delante de los espectaculares acantilados de Santorini. Pude llegar a comprender por qué algunos la llamaron Kallisté. El sol de la mañana provocaba un contraluz sobre los acantilados.
El día acompañaba con un sol pleno y una suave brisa. Luli aprovechó la cubierta de proa mientras se empezaban a divisar las casitas colgadas de la capital de la isla, Théra.
Tomando solcito
La capital está a más de 200 msnm y las vistas desde allí arriba hacen que se construya hasta el borde mismo del acantilado, las últimas casas literalmente cuelgan del precipicio.
No cabe un ladrillo más
Pero el ingenio humano se supera, también se construye de manera audaz al pie del acantilado, aprovechando los promontorios y horadando la roca volcánica.
Casas imposibles en Ormos Firon
El velero enfiló al oeste, para cruzar el lago en dirección a los islotes del centro de la caldera. La particular sensación de estar en el medio del mar tan cerquita de las olas, propia de la navegación en velero, me retrotrajo a mis días de marinero prestando servicio a la Armada Argentina en el yate Fortuna.
Palo mayor
El cielo parece más perfecto a través de las jarcias de arboladura del palo mayor. El sol no llega a encandilar a la bandera griega, que ondea con la suave brisa.
Desembarcamos en Nea Kameni, la mayor de los dos islotes deshabitados que ocupan el centro de la caldera.
Cráter volcánico en Nea Komeni, atrás Imeroviglie
La isla es la viva imagen de las consecuencias de la última actividad tectónica en el archipiélago: una pequeña erupción en 1950 terminó de darle su actual topografía.
Vista de Ormos Athinios
Asomándome entre los cráteres llegué a divisar el puerto de Ormos Athinios, de donde habíamos partido en la mañana. Los rayones en zigzag que se distinguen en la ladera son el camino de cornisa que conecta el puerto con Théra.
Recorrimos los senderos entre los cráteres para alcanzar los puntos más altos de la isla, que permiten una visión de 360 grados. Es entonces cuando se tiene una noción acabada de la dimensión de la caldera. Insisto, no entra en una foto, no hay manera de expresarlo en imágenes.
Desde otro punto alto y mirando al norte, se divisa el acceso a la cadera que forman Thirasia, a la izquierda, y Santorini, a la derecha. En Thirasia se llega a distinguir el puerto de Ormos Korfou y el camino ascendente que lleva a la capital de la isla, también llamada Thirasia. En Santorini, el cúmulo blanco en la cresta es la ciudad de Oia.
Superando las irresistibles ganas de acampar y quedarme una temporadita allí, emprendimos el camino de regreso al barco para continuar viaje al otro islote central: Palea Kameni.
Regresando al barco
Palea Kameni es mucho más pequeño y antiguo que Nea Kameni, pero tiene un manantial de aguas rojas que provienen de las profundidades de la tierra, probablemente en contacto con el magma volcánico por su temperatura. El manantial está en una entrada del mar, hay una pequeña iglesia dedicada a Agios Nicolaos (San Nicolás) en la orilla de lado derecho. Echaron el ancla e invitaron al pasaje a una zambullida en las aguas rojas, presuntamente beneficiosas.
Aguas rojas e iglesia Agios Nicolaos
El siguiente destino fue el puerto de Ormos Korfou, en Thirasia, con una playita pedregosa y buenos restoranes para el almuerzo.
Ormos Korfou y el camino que lleva a Thirasia
Como no podía ser de otra manera en un pueblo de mar, la gastronomía del lugar se basa en pescados y mariscos. El almuerzo estuvo delicioso, los locales están emplazados sobre pilotes, al estilo de las casas del Tigre, y las mesas, literalmente sobre el agua, permiten disfrutar de la vista al mar y la vecina Santorini.
Mientras una parte del contingente trepaba el camino que conduce a la capital Thirasia, nosotros optamos por hacer la digestión en la playita, contemplando el mismo paisaje que teníamos en el restorán. Hicimos bien en reservar fuerzas y completar la digestión porque el regreso tenía reservada una actividad movidita. Todo era suave y apacible, el rato de playa, el mar planchado, el retorno a tiempo para ver el crepúsculo desde Oia. El velerito nos dejó en el pequeño puerto de Armanis, a los pies de Finikia, una ciudad pegada a Oia, a donde queríamos llegar para contemplar el atardecer. En el mismo muelle nos ofrecieron una experiencia típica de la isla: la subida del acantilado a lomo de burro. Todos accedimos, era buena idea ahorrarse las interminables escaleras, pero al menos yo no tenía idea de la velocidad con que trepan los burritos y la sensación que genera la subida por el camino de cornisa. He andado a caballo, he subido a un camello, también a un elefante, pero montar al vigoroso burrito griego no tuvo parangón.
¡Arre, arre, burrito!
Bastaba observar las caras de todos los que montamos en burro cuando llegamos arriba para entender que no fue solamente una impresión mía, sobraba adrenalina. Quisiera dejar una muestra de por donde nos llevaron los briosos plateros, en la siguiente foto se ven las escaleras y el punto final del trayecto.
Seguimos camino a Oia bordeando el acantilado lleno de hermosas vistas; después de estar todo el día a ras del mar, volver a contemplar la caldera desde las alturas hizo que las imágenes cobraran una nueva dimensión.
A cada paso que dábamos la ciudad nos mostraba su pintoresquismo; el artista, que estaba ahí mismo trabajando, se podía lucir con tanto paisaje.
Cuadros en venta
Por el camino encontramos uno de los templos más retratados de Santorini, la iglesia ortodoxa de Panagia Platsani, quizás la única construcción en esta parte de la isla que tiene un poco de espacio libre delante, lo cual se agradece al momento de querer llevarse un recuerdo visual.
Iglesia ortodoxa de Panagia Platsani
La tranquilidad que reinaba en el lugar se percibía en las personas y hasta en la manera en que los comercios exhibían su mercadería, al alcance de la mano y sin necesidad de vigilancia. El cartel dice SIBARIS, ¿se entiende?
Prohibido no tocar
Llegamos al extremo norte de la ciudad, la punta de la isla con su grandiosa vista al poniente. Dentro de su típica arquitectura se mezclaban pintorescas casitas, impecables hoteles y restaurantes, y algunas ruinas que daban muestra del esplendor comercial de la época de dominio veneciano.
Voltear para contemplar el interior de la caldera desde el extremo norte de la isla también maravillaba a los ojos, con la vista del puerto de Armanis al pie del acantilado, Imerovigli asomando desde sus 350 metros de altura en el centro de la foto, y el resto de la isla perdiéndose detrás de Nea Kameni, mientras el sol en su indefectible descenso iba preparando la diaria ceremonia.
Buscamos las ruinas del Castillo Londsa, una antigua fortaleza veneciana en el extremo oeste de Oia, que custodiaba el acceso a la laguna central del archipiélago, por el paso entre las islas de Santorini y Thirasia.
Las terrazas del viejo castillo se fueron poblando de turistas, algunos con imponentes equipos fotográficos, para eternizar toda la belleza de estos atardeceres.
Sol poniéndose sobre Thirasia
El sol parece encajar entre las montañas de Thirasia, tiñendo todo el entorno.
En sus últimos instantes llega a asomarse por el costado de la isla, dándole ese especial tinte a las aguas, para luego perderse definitivamente entre aplausos.
← Naxos
Si subir con los burritos fue turismo de riesgo (y no es un eufemismo), nos preguntábamos cómo sería bajar montados en esos animalitos, travesía a la que algunos se aventuraban ...
ResponderEliminarEn nuestra excursión en velero, mientras el caballero permaneció en la embarcación, sacando fotos y disfrutando del paisaje, las damas se aventuraron a tirarse al mar para alcanzar las famosas aguas rojas!! Otra gran aventura!! Regresar nadando tuvo su encanto ... o su dificultad!! Jajaja
ResponderEliminarSin duda alguna, Santorini es la reina de las islas del Mar Egeo, tan pintoresca, ese paisaje tan particular, único, producto de la erupción volcánica hace un montón de siglos, el más espectacular de los crepúsculos en Oia, las casitas blancas de cuento, el inigualable azul del agua y del cielo...
ResponderEliminarQué experiencia inolvidable la excursión en velero, con tantos lugares y paisajes encantadores. Las fotos dan cuenta de esas bellezas!
Enrique