Centro Cívico de San Martín de Los Andes
Soy de la idea de que nunca se repite un viaje, porque a lo sumo uno se reencuentra con lugares conocidos, ya recorridos. Este fue el caso en las vacaciones de enero de 2022, porque ya habíamos estado en San Martín de Los Andes en 2005, como parte de un tour que comenzaba en Bariloche, para continuar en Villa La Angostura y recorrer el Camino de Los Siete Lagos por la antigua senda de ripio que conformaba la Ruta Nacional 234, redefinida cono RN40 en el año 2012 (en rigor, la RN234 abarcaba 7 lagos porque llegaba hasta el Espejo, hoy habría que hablar de 8 lagos porque la nueva traza de la RN40 también bordea el Nahuel Huapi). De aquel viaje del que retornamos en avión desde Chapelco, traje el arbusto de arrayán que sigue floreciendo todos los años en el fondo de casa, y que en aquel momento suscitó una acalorada discusión con la policía aeroportuaria neuquina, porque supusieron ¡que me estaba robando un árbol del Bosque de Arrayanes! El arrayán tiene dos variedades: el árbol, que es especie protegida y forma el famoso bosque en la Península de Quetrihué (Parque Nacional Los Arrayanes), y el arbusto, que se vende libremente en todos los viveros de San Martín de Los Andes (como en tantos otros lugares) y se usa como cerco vivo, pero en el aeropuerto no entendían la diferencia, no sabían distinguir uno de otro, en fin…
Mi arbusto de arrayán en flor, en algún diciembre
En otra ocasión, allá por 2008, pasamos por la localidad en viaje de Villa Pehuenia a Villa La Angostura, pero habíamos almorzado en el lago Huechulafquen y no nos detuvimos, tan solo contemplamos la costanera y el lago desde la ruta.
De la primera estadía en 2005 recordaba la elegancia y el cuidado de la localidad, con sus veredas pletóricas de rosales en flor, sus casas de un estilo inconfundible, su siempre concurrida costanera y su playa, con el imponente marco que le da el lago Lacar. Aquella vez estuvimos tres días, sin movilidad propia, y transcurrimos sin poder abarcar más que el entorno cercano.
En esta ocasión, en cambio, el viaje se nos presentó como una oportunidad para escaparnos una semana de enero, por eso preferimos dejar el auto y volar directamente a destino, para poder aprovechar mejor el acotado intervalo de tiempo. El recurso de contratar anticipadamente el alojamiento con previaje nos permitió alquilar auto en destino prácticamente gratis.
Es maravilloso recorrer el país y encontrarse con otras culturas, o con vestigios de civilizaciones invisibilizadas por el avance del “hombre blanco”. Una situación que ya había experimentado en otras regiones y que volvió a darse, en parte, en este viaje: estamos en territorio mapuche, o pehuenche, o araucano, no importa como quiera describirse a este pueblo-nación originario, y resulta que es una sociedad con una cosmogonía particular, con sus propios dioses y dogmas, a la postre tan respetables como las doctrinas llegadas de tierras europeas. Tengo entendido que sus tradiciones y su cultura están presentes en los programas de las escuelas públicas neuquinas, como una forma de divulgación de estas ancestrales creencias. Una parte muy amena de esta cultura está formada por los relatos y leyendas que describen o explican su mundo, que no es más que el entorno que habitaron y en el cual se desarrollaron. Algunos de esos relatos y los lugares que describen, aparecieron a lo largo de esta experiencia y quise compartirlos en estas páginas; espero que sean de vuestro agrado.
Bifurcación de la RP46 y la RP23 cerca de Aluminé
La escapada duró del 19 de enero al 27, pero el auto lo reservamos desde el 20, porque pensamos que empezar el mismo 19 era un desperdicio, era pagar un día de más. Craso error: el taxi desde el aeropuerto a la ciudad nos salió $2.500.-, más o menos la mitad del alquiler diario. Moraleja: hubiera sido preferible retirar el vehículo al pie del avión, y contar con él desde el primer día.
Llegada →
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